El otro día fui al supermercado a comprar algo de fruta y mientras esperaba turno para pagar mi compra en caja, me fijé en la chica que, frente a mí, guardaba sus productos en una bolsa de color azul y se disponía a pagar. Maquillada, arreglada y con el pelo largo y liso; iba estupenda un jueves por la tarde en el que yo paseaba unas ojeras y un cansancio que dejaban mi imagen a la altura de sus mocasines con plataforma. En eso pensaba, hasta que sacó su tarjeta y se dispuso a pagar. La compra superaba los cincuenta euros y el datáfono exigió que se le insertara el pin, a lo que ella procedió con ciertas dificultades, debido a las magníficas pero rotundamente incómodas uñas de gel extra-largas que lucía.
Tengo la desgracia, o la suerte, de que si no digo lo que pienso me salen subtítulos por las orejas, así que no pude reprimir una risita al verla torcer el índice para evitar que la uña de marras, al teclear el pin, tocara el número superior. Me miró con una cara entre divertida y azorada, a lo que respondí diciéndole «bonitas uñas», con tono socarrón; licencia que me permití dada la simpatía que demostraba, no te vayas a pensar que soy una suicida social. La muchacha además de simpática, resultó ser graciosa, lo que provocó que nos riéramos las dos. —¡Llevas razón!— Me dijo divertida, a lo que añadió que, aunque le encantaba llevarlas, eran un poco incómodas.
Un poco, dice.
Se fue con su compra y su porte estupendo, y yo me quedé riéndome con la cajera mientras mi compra desfilaba ya por la cinta transportadora.
Si me conoces sabrás, sin duda alguna, que esta moda no es para mí. Siempre llevo las uñas cortas, me las pinto de Pascuas a Ramos y el día que lo hago, a las 24 horas ya me he cargado alguna. La verdad es que, cada vez que me encuentro a alguien que las luce, me pregunto cómo se desmaquillarán sin sacarse un ojo, o como se deben cambiar un tampón sin, por decirlo suavemente, provocar daños mayores por ahí abajo. Yo no lo veo viable, ni lo uno ni lo otro. ¿Cómo se pondrán unas lentillas? ¿Cómo pican cebolla sin rebanarse un cacho de uña? ¿Cómo leches se ponen unas medias sin romperlas? Yo es que sufro con pensarlo.
Quien inventó el dicho ese de que para presumir hay que sufrir, seguro que llevaba las uñas larguísimas.
Cuando veo a alguien seguir esta moda, siempre pienso dos cosas: la primera que me encantaría saber llevar unas uñas tan estupendas, la segunda que no son compatibles con mis quehaceres diarios. Una lástima. Recuerdo una vez que me acerqué a una administración pública para un trámite y la señora que me atendió llevaba unas uñas de infarto. Ver esa especie de lágrimas color turquesa, eternas, moverse sobre las letras del teclado y escuchar el curioso ruido que provoca escribir con las uñas y no con las yemas de los dedos, me dejó algo traspuesta. Después, mientras me atendía, no pude evitar sentir lástima por el chaval que, con pinta de recién aterrizado en la vida laboral, se sentaba a su lado y aguantaba estoicamente la voz chillona de la señora, que era bastante más aguda que su tecleo y remataba el pintoresco cuadro que tenía frente a mí.
Eso sí, he de reconocer que admiro a las personas que saben llevar este tipo de uñas, y también que he visto auténticas obras de arte repartidas en diez dedos. Si por casualidad eres de las que sabe y puede lucirlas, por favor escríbeme y sácame de dudas; tengo muchas más preguntas al respecto que no me dejan dormir.
¡Hasta la semana que viene!
🤣 Total!