Sueños
Dicen que cuando dormimos soñamos cada día, pero que no siempre tenemos la capacidad de recordarlos. ¿Por qué será?
Yo llevo varias semanas con sueños extraños, algunos de ellos desagradables. No les daría categoría de pesadilla, son más bien incómodos, desconcertantes, antipáticos. No es cada día pero sí con la asiduidad suficiente como para que me hayan llamado la atención.
Por ejemplo, hace un par de semanas desperté hecha un mar de lágrimas sin entender qué me estaba pasando. Me sequé los ojos, bajé a por agua y unos minutos después recordé que soñaba que un pariente lejano había fallecido. ¿A qué tanta lágrima por ese señor que con suerte veré una vez al año y con el que mi relación es cero? No entendí nada.
También hay algunos totalmente inverosímiles. Sin ir más lejos, el otro día, amanecí alterada, como nerviosa, pero fui incapaz de descifrar el motivo. A la hora de comer, al volver a casa, vi a un matrimonio que vive un par de calles más arriba y todo cobró sentido. De repente empezó a reproducirse todo el sueño de la noche anterior como si fuera una película, que les tenía a ellos de protagonistas, nada más y nada menos. Os lo cuento a continuación y nos reímos todos, porque yo todavía no puedo parar cada vez que lo recuerdo.
Saliendo de casa, me encontré al señor de la otra calle frente a mi portal, agitando los brazos muy alterado. Me contó que su mujer se había ido de crucero, sola. Sinceramente, pensé que mira que bien, y en lo feliz que andaría, con lo insulso que es su marido. Frente a mi poco entusiasmo ante la noticia, alega que sospecha que ha tenido un accidente porque no le coge el teléfono y en las noticias ha visto un crucero incrustado en un peñasco. En la vida real le habría dicho que no mirara tanto la tele, pero en el sueño, como defensora de los imposibles que me creo ser, cerré la puerta de casa y allá que nos fuimos raudos y veloces en su rescate. No cogí maleta, como se nota que era un sueño.
Sé lo que piensas, yo tampoco me lo explico.
En la siguiente imagen que viene a mi cabeza, me veo surcando los mares en una lancha que conduzco sorprendentemente bien. ¿Conduzco? ¿Piloto? Da igual. El vecino está sentadito a mi lado, con un salvavidas azul celeste muy cutre y cara de pez fuera del agua, el pobre. Al otro lado nos acompaña una señora rubia y exageradamente operada que no se de donde ha salido ni porqué no se calla ni un minuto. A nuestro alrededor hay infinidad de barcos de todas las medidas, que curiosamente conducen en sentido contrario y nos agitan los brazos. Me siento la salvadora del universo, inocente de mí. En cuanto llegamos a la ubicación del crucero, que está fondeado más o menos donde Cristo perdió la chancla, compruebo que ni accidente, ni avería ni nada de nada. Allí todo el mundo está sano y salvo, y feliz. Interrogo al vecino con la mirada y me dice que sería un bulo, sin pestañear ni mostrar signo de emoción alguna, a lo que doy media vuelta para volver a casa. La rubia operada me dice que espere, que ella se queda y que la acerque al crucero. Ni corta ni perezosa, le pego un empujón y le digo que vaya nadando.
Y me despierto.
¿Qué coño hacía yo conduciendo una lancha como si tuviera la experiencia del patrón del barco de Pescanova, si no sé ni remar en un bote? ¿A santo de qué me voy con el vecino como si le debiera algún favor, si ese señor casi ni me saluda en la vida real? ¿Qué culpa tenía la pobre rubia, que es la que salió peor parada? ¿Llegaría al crucero o estará nadando todavía?
¿Afecta en la vida real que se me vaya la pinza en sueños?
Ya te contaré si hay segunda parte, a la mujer del vecino la he visto esta mañana pero muy morena no me ha parecido que tuviera la piel…
¡Hasta la semana que viene!