Sant Jordi
Uno de mis vicios confesables es escribir, ya lo sabes. Otro de ellos es la lectura. Y aunque en algunas etapas de mi vida he abandonado bastante el hábito, desde que tengo memoria ha habido algún libro a medio leer rondando mi cama, mi mesa, mi bolso o mi estantería. No existe en mis recuerdos ningún momento sin letras de por medio. Qué suerte la mía.
Leo un poco de todo, aunque reconozco que mi debilidad son las novelas históricas. Me encantan las historias de dinastías inabarcables, o de familias que se remontan a sus ancestros. Me pierdo entre batallas medievales, o entre los amoríos que sobreviven pese a verse truncados por una guerra civil. Disfruto adentrándome en otras épocas, imaginando grandes salones de baile recreados con detalle por el escritor o la escritora y sufro percibiendo en mi propio estómago, el hambre de una joven revolucionaria que se esconde por los suburbios de una ciudad arrasada por la metralla.
Leer es vivir muchas vidas sin moverte; es perder la noción del tiempo y darte cuenta que esos diez minutos al sol con tu novela entre las manos se han convertido en una hora y media, cuando notas en el cogote el escalofrío que provoca la bajada de la temperatura y además no ves un carajo porque, al levantar la vista, descubres que te ha pillado el atardecer.
Como te estarás imaginando, Sant Jordi es una fecha especial para mí. Y aunque no soy mucho de asistir a presentaciones de libros ni a clubes de lectura, sí acudo fielmente a pasear entre paraditas de libros. Procuro hacerme una lista de las adquisiciones con las que pretendo volver a casa, me prometo a mí misma que no serán más de dos libros, y nunca cumplo con ninguno de los propósitos. Para que te hagas una idea, el día grande es mañana y yo ya tengo dos libros nuevos en casa, que me llevé de las paraditas que salieron a la calle el sábado. Mañana la idea es comprar un libro más. Uno solo. No te prometo nada.
Lo que más me gusta de esta jornada es pararme en una mesa cubierta de libros, a poder ser en una esquina, y observar la cantidad de manos que toquetean portadas aquí y allá. Manos grandes, manos pequeñas, manos suaves, manos callosas, manos viejas, manos inexpertas. Manos de todo tipo, que son la extensión de personas sin nada que ver las unas con las otras, pero con una afición común: leer. Familias que introducen manos pequeñitas entre páginas de mil colores, con la firme intención de alimentar una imaginación poderosa que necesita nutrirse para volar muy alto. Personas solitarias que buscan refugio entre páginas para desafiar al silencio de un salón vacío. Escritores/as en fase embrionaria que van a la caza de documentación para dar forma a esa idea loca que encendió la bombilla de la ilusión en su mente. Adoro imaginar la vida de quien compra, no puedo evitarlo.
Leer es un hábito que se cultiva. Es como ir al gimnasio pero del cerebro.
Disfrutar leyendo es aprender a construir frases, ampliar tu vocabulario, desplegar un abanico de sinónimos, descubrir la maestría de algunos/as entre sus capítulos. Disfrutar leyendo es adentrarte tanto en una historia que se te acelera el pulso y aumentas el ritmo de lectura mientras el autor/a narra un episodio de alta tensión. Disfrutar leyendo es cenar rápido y arreglar la cocina cuanto antes para irte a la cama y robarle un ratito al sueño por saber si María se encontrará por fin con Rafael en ese bar de la esquina al que acudirán, sin saberlo, cada uno por su lado. Disfrutar leyendo es dejar la plancha para mañana, porque necesitas averiguar si Dimas Navarro será capaz de vencer al miedo y cumplir el encargo del jefe.
Disfrutar leyendo alimenta. Aunque no te voy a negar que es mejor comer algo antes de abrir el libro, porque corres el riesgo de levantarte a media noche con el cerebro rebosante pero el estómago rugiendo.
¡Hasta la semana que viene!