Planes alternativos
De un tiempo a esta parte, las propuestas de ocio con amigas han variado ligeramente. Ya no se sale por la noche más que en ocasiones señaladas, se han instaurado las comidas y los desayunos, nuestra ingesta de alcohol es testimonial y las reuniones aptas vienen acompañadas de la manada de churumbeles que ha dejado y deja la procreación humana clásica. Todo bien.
Con los años se superan las juergas desenfrenadas, la etapa de viajar todo lo que se pueda con el menor presupuesto posible y el periodo infernal de bodas a mansalva.
Todo pasa. Y ahora nos toca la descendencia. Oye, maravilloso.
Los niños/as me encantan y por supuesto, por los hijos de mis amigas siento devoción. Pero una cosa te voy a confesar: lo de los cumpleaños infantiles es un puto calvario.
Porque claro, si tu amiga te dice que el niño cumple seis y que estás invitada, irás y con regalo. Ni se plantea la negación, simplemente porque les quieres. Y nada, allá que te encaminas dispuesta a experimentar una explosión de sensaciones.
Estas fiestas en miniatura, que de pequeñas no suelen tener nada, siempre son el sábado por la mañana o cualquier día por la tarde a la hora de la siesta de los que no tenemos hijos. Lo más común es que entres y el cumpleañero/la cumpleañera, ni te mire a la cara porque está con un subidón de adrenalina que no es ni comparable a los temidos picos glucémicos de la edad adulta. Los decibelios van a todo trapo, hay muchas personitas corriendo de acá para allá y no se qué harás tú, pero yo busco a los progenitores del/de la protagonista para saludarles y me sitúo en alguna esquina para no ser víctima de ninguna lesión en extremidad inferior por atropello.
Por supuesto, en cuanto llegamos todas las sin hijos nos ubicamos cerca de la mesa para picar y beber algo con el único fin de hacer más llevadero el plan. Es pura estrategia.
Los padres del homenajeado o la homenajeada tienen, siempre, cara de agobio. Intentan llegar a todo, algo humanamente imposible. Y tú les miras con intención de transmitir apoyo moral, claro. En nuestro caso los padres, madres y demás familiares adultos de los invitaditos se quedan porque los críos todavía son pequeños. Así que entre los invitados te puedes encontrar con viejos compañeros/as de instituto que mira tú por donde, tienen una hija que va a la misma clase que el niño de tu amiga; o puede aparecer alguien a quien recordabas con su apariencia de veinte años y que no habrías reconocido por la calle ni por casualidad de tan cambiado que está. Y claro, los abuelos de la criatura que te hace una ilusión tremenda ver de nuevo y ante los que se reproducen en tu mente muchos recuerdos con aroma a fiesta de pijamas adolescente.
Mención a parte para los niños y niñas: me encanta fijarme en ellos y descubrir la reproducción de los rasgos de viejos conocidos en las facciones, los gestos o la forma de andar de ese montoncito de seres en crecimiento. Hay que ver, la genética.
Cuando ya llevas un rato en la sala, tienes calados a los/las pequeños/as terroristas que llevan hora y media haciendo exactamente lo contrario a las indicaciones de los adultos a su cargo; a las niñas que dominan en el grupo y también a las que se dejan llevar por la corriente; al chaval que pasaba por allí y se quedó, pero va absolutamente a su bola; a la enana que tira la piedra y esconde la mano… Observar es un entretenimiento como otro cualquiera; a mi me resulta muy curioso como se leen sin mucha dificultad patrones de comportamiento en unos niños y niñas que son pura energía en libertad.
Poco antes del final llega, por supuesto, la hora de la tarta. A un lado de la mesa, niños y niñas a codazo vivo por ocupar un lugar junto a su amigo del alma y protagonista; al otro lado progenitores con el móvil en la mano, batallando por una foto maravillosa de recuerdo; y después estamos nosotras, apartaditas y sujetando platos, o vasos o cucharas, o el cuchillo, mientras rezamos para que no haya muchos llantos de incomprensión.
Después vendrá la piñata y el drama de un batallón de criaturas exhaustas que lo han dado todo, que se han zampado la tarta a duras penas y que hoy dormirán como benditos aunque no quieran irse. Igual que sus padres. Igual que nosotras.
¡Hasta la semana que viene!