Hola, primavera
¿Tienes algún ritual para despedir al frío y dar la bienvenida a los días más largos, las temperaturas más suaves y la explosión de las alergias?
Aquí, en Menorca, la primavera empieza el fin de semana que se celebra la «Fira del Camp» (feria del campo) en Alaior. Tanto da si es día 17 o día 23. Es algo que llevamos tatuado en nuestro ADN isleño, un patrón de comportamiento menorquín que perdura generación tras generación. Vamos en tropel, nos reencontramos con mucha gente que quizá no habíamos visto desde el verano pasado, paseamos bajo la carpa de siempre, probamos y compramos producto local, vemos el espectáculo ecuestre y nos quejamos del calor que hace dentro de la nave que alberga a todas las vacas que participan en el concurso morfológico.
En mi caso, y me atrevería a decir que en el de todos los menorquines y menorquinas, acudo anualmente y desde siempre. De pequeña iba con mis padres y me parecía divertido al principio, aunque después era un tostón porque papá conoce a mucha gente y nos tocaba parar y esperar que él terminase de hablar con este o aquel continuamente. Así hasta la adolescencia, que fue cuando se apoderó de mi la tontería supina que va con el paquete de crecer y pasaba de ir porque me parecía un rollo. Allá por mis veinte años, volví a reencontrarme con la feria en compañía de mis amigas; íbamos básicamente a pasear nuestro cuerpo pálido y resacoso bajo los primeros rayos de sol, con el único propósito de comprar chucherías para endulzar la dureza de esos domingos.
Y hasta hoy, que sigo yendo por el placer de ver gente, de probar y comprar producto local y por supuesto para llevarme la pertinente bolsa de chucherías.
Este año los políticos han hecho, a mi parecer, poco ruido. Quizá les dio miedo que la gente del campo les volviera a plantar los tractores en la plaza y decidieron pasear sus zapatos por la zona con disimulo y aplomo. La situación de crisis a nivel nacional del sector agrícola invita a hablar con tiento, no vaya a ser que se lleven una mierda de vaca en lugar de una cata de quesos y embutidos como recuerdo, por dar un paso en falso.
En fin, a lo que iba; me encontré con algunos/as de vosotros entre paraditas. Compré porquerías muy dulces para mi sobrina y me agencié, por supuesto, una bolsa para mi solita. Paseé con mis padres y comprobé que papá sigue parando a cada paso para hablar con todo el mundo. Pude confirmar, una vez más, que soy igualita que él y también paro a cada minuto para saludar a alguien cuando mi sobrina empezó a impacientarse porque no avanzábamos. Hice fotos a las vacas, las de cada año, destinadas a quedarse en un rincón de la memoria de mi teléfono móvil hasta la próxima limpieza gráfica…
En el fondo me encanta, para qué negar algo tan obvio. Es el pistoletazo de salida para despedirnos del abrigo y las bufandas, aunque este invierno no les hayamos dado mucho uso por aquí. Para mi suerte no tengo alergias que empañen mis entretiempos, así que puedo llenar el patio de mi casa de flores de mil colores y correr el riesgo, una vez más, de que una tormenta primaveral arrase con todas. Suerte la mía, sí. Por lo de las alergias, digo.
Se alargan los días, suben las temperaturas y, ¿sabes lo mejor? ¡Tengo una sobrinita nueva desde hace 4 días! Es preciosa y hermanita, quedas avisada; tengo el firme propósito de malcriarla como hago con su hermana mayor. Ya sé que no viene a cuento, pero estamos en confianza y me apetecía decírtelo porque, igual que con la mayor, le han bastado unas pocas horas para enamorarme hasta los huesos y ahora aprovecho cada ocasión para nombrarla y ratificar mi posición de tía preferida…
Nada mal para ser marzo, ¿no te parece?
¡Hasta la semana que viene!