Frenesí
Lo primero, me vas a perdonar el plantón del lunes pasado; en mi defensa, diré que el tema de esta semana me sirve un poquito de justificación.
¿Te pasa que la agenda parece que resurge de sus cenizas en cuanto mayo asoma la nariz? Como si que los días sean más largos y que el sol empiece a calentar, fuera una especie de pistoletazo de salida al grito de tonto el último. Nos venimos arriba en el momento que abrimos el altillo del armario para sacar cuatro camisetas de manga corta, desatando el caos entre los jerséis de cuello alto que ven con pesar que les toca compartir cajón en una especie de baile de la primavera, hasta que sean ellos quienes suban allá arriba.
Las pieles blanquecinas asoman en terrazas y paseos con el calorcito de mediodía, y los catarros se cuecen entre los bailes térmicos de las primeras y últimas horas de cada jornada. Te vistes a capas, como si fueras una cebolla, y si te da pereza sacar las sandalias todavía, te sudan los pinreles a la hora de comer.
A mí, pese a todo lo anterior, me gusta la primavera. Aunque pensándolo bien quizá sea porque, para mi suerte, no me ataca ningún tipo de alergia más allá del miedo al aburrimiento. Me va la marcha, me gusta volver al ruedo y reencontrarme con amigos y conocidos, sacar la nariz de la cueva y observar cómo os ha tratado el invierno...
De ahí que los fines de semana parezcan encoger. Que si desayuno junto al mar o comida en el campo, que si cena en el puerto porque ya han abierto ese restaurante o excursión por la costa norte que está espectacular, que si vamos a tomar una cerveza porque fulano y mengano están por aquí unos días... Te entretienes ensartando planes en una suerte de encaje de bolillos en el que ya vas metiendo alguna tarde entre semana porque con los viernes, sábados y domingos no te llega, renunciando paulatinamente a la rutina con mucha más alegría que pesar.
Hacer planes continuamente, restarle horas al sueño, convertir la limpieza semanal de casa o la organización del hogar en algo similar a la supervivencia y, en definitiva, cargarte de vitamina el cuerpo y recordar una temporada más que bajo los rayos de este sol, la piel pálida, los cuerpos no normativos o las cicatrices de alguna guerra particular no son ningún impedimento para vestir como nos venga en gana y dejar ver lo que nos apetezca mostrar.
Mayo es sinónimo de cursos que encaran la recta final y de estudiantes que cierran la cortina para atar en corto sus últimos resquicios de concentración. De trabajadores del sector de la hostelería que se incorporan a sus puestos de trabajo con las pilas cargadas o no, pero con ilusión. De familias que planifican vacaciones. Para muchos menorquines, es ir desperezando ese gusanillo de ilusión por las fiestas patronales que ayuntamientos, asociaciones y agrupaciones varias ya empiezan a organizar; es ver polvo volando y saber que, probablemente, provenga de alguna pista sobre la que cuatro patas negras practican aires de doma menorquina guiados por un/una jinete de mirada tan brillante como la suya.
Mi intención es seguir apareciendo por aquí, aunque quizá no sea cada lunes, o se cuele algún martes. Si me conoces un poquito sabes que me encanta escribir, pero también que no puedo estarme quieta cuando suben las temperaturas... Así que disfruta lo que queda de primavera, exprime el verano y pasa el tiempo justo frente a la pantalla, sea la que sea. Te aseguro que yo haré lo mismo.
Y por cierto, ¡esta es la carta número 35! Ya te avisaré cuando se acerque el primer cumpleaños de este rincón y lo celebramos. O lo celebro y te cuento. O me felicitas y ya… 😜
¡Hasta la semana que viene!