Envejecer
Cuando se levantó de la silla, rápido y con brío, volví a pensar en lo ágil que está para su edad. Habían decidido irse a casa aprovechando que mi primo salía en 10 minutos y podían ir en su coche. Total, ya habíamos comido y para ellos las sobremesas excesivamente largas son un agotamiento físico innecesario. No en vano, pasean a diario 89 y 86 años sobre sus pies.
Estábamos en el jardín y me acerqué a cogerle el brazo para evitarle un traspiés en aquel terreno irregular que sus ojos no atinan, ya, a ver con claridad; su piel estaba fría y al tacto me recordó la delicadeza de la seda, suave, muy fina y también muy fácil de lastimar. No le gusta que le cojan, imagino que se siente inválido y lo evita todo lo que puede, pero agradeció mis indicaciones para sortear con éxito algún que otro escalón. A tres pasos, su inseparable mujer vigilaba cada movimiento y controlaba que los bolsillos de sus pantalones estuvieran bien colocados, que no se hubiesen dejado nada en la silla y que el protocolo de agradecimientos y despedida se cumpliera a rajatabla por parte de los dos.
Ellos son los tíos de mi madre, Antonio y Margarita, y son lo más parecido que me queda en cuanto a abuelos se refiere. Les adoro y les disfruto todo lo que puedo, ya que para mi suerte somos vecinos.
Quizá te preguntes por qué, hoy, me ha dado por hablarte de ellos y no de las fiestas de San Juan. Te cuento, todo va ligado.
Ellos no tuvieron hijos, y lejos de llevar una vida triste y anodina decidieron volcarse en sus sobrinos y darles todo el amor y afecto posible. Tanto fue así, que los hijos de sus sobrinos, que somos mis primos y yo, hemos crecido manteniendo esta relación y tratándolos más como a abuelos que como a los tíos-abuelos que en realidad son. Vamos a su casa a menudo, les invitamos a todos los acontecimientos familiares y nos preocupamos por ellos cuando la edad y los achaques les dan algún zarpazo. Por fortuna, han gozado siempre de muy buena salud. De echo, Antonio va a su huerto andando cada día, mañana y tarde. Margarita mantiene su casa impoluta, cocina a diario, no conoce lo que es un bastón y sale a la compra regularmente. El verano pasado comprobé que, con su eterna falda (jamás la he visto llevar pantalón) y sus zapatillas de loneta todavía era capaz de subir del muelle a nuestra pequeña barca con la agilidad de una jovenzuela. ¡Ojalá heredar sus piernas!
Durante todos estos años, tal día como hoy, cogían el autobús y se plantaban en Ciutadella para disfrutar de las fiestas de San Juan a su manera: cogidos de la mano, paseando por las calles y buscando una sombra desde la que ver pasar a los caballos y con suerte acariciar la cara de alguno cuyo jinete, al verles, se acercara. Cuando el cansancio aparecía, se iban a comer a algún restaurante para después dirigirse a la Catedral a presenciar la Missa de Caixers y volver a coger el autobús de regreso a casa cansados pero contentos por haber disfrutado, un año más, de esta fiesta que tanto quieren.
Quien les conoce sabe que, durante todo el verano, acuden puntualmente a las fiestas y siempre cogidos de la mano, con el autobús que tanto les ha facilitado la vida y la ilusión de oler una vez más a aigua-ros, la colonia que los jinetes vierten a todos los asistentes a la Misa cuando está llegando a su fin.
Este año no han podido ir, porque pese a estar bien los años van pesando y algunos días no están los cuerpos para una aventura tan larga. Eso sí, te aseguro dos cosas: la primera es que ahora deben estar frente a la televisión sin perderse un detalle de las retransmisiones festivas de la emisora local, y la segunda que este verano volverán a coger el autobús y plantarse en alguna de sus queridas fiestas para recorrer, cogidos de la mano, las calles y plazas que acojan ese fin de semana a caballos y jinetes.
Quizá saber que aparecerán en cualquier esquina con su sonrisa perenne, es otro de los motivos por el que siento tanto apego y cariño por las fiestas y las tradiciones de esta isla. Porque no se trata de vivir una fiesta desenfrenada (que a ratos, también), sino de saborear un conjunto de momentos, de vivencias, de protocolos y de respeto que aquí, pequeños y mayores aprendemos a querer observando a personas como ellos.
¡Hasta la semana que viene!